lunes, 7 de marzo de 2016

El vaho.


Llevaba esperándola mucho tiempo... mucho.
Había soñado con ella miles de veces, casi desde que empezó a jugar con muñecas.
No tuvo suerte, tampoco supo buscarla. Se quedó al lado de ese impresentable que apenas la dejaba salir sola y se reía de su pelo fino y escaso, como si ella tuviera la culpa o pudiera hacer algo por remediarlo.

Dejó de hacer ruido al moverse y casi a la vez se le fue tostando la piel. Alrededor de los ojos sus arrugas cogieron forma de dunas, por un intento loco y desesperado de que de esa forma se le pudieran reabsorber las lágrimas.
Se comió sus risas espontáneas y aún así, él la tenia en el bolsillo derecho del pantalón. No se podía escapar, le había hecho tan pequeña que ya ni siquiera llegaba a agarrase de las costuras para ver que lucía fuera.

Al principio  no entendía como él podía ver la tele mientras ella lloraba la rabia y la pena contenida que se desbordaba por cada milímetro de ser. Ahora casi le aliviaba; era mejor que escucharlo con esa manera que tenía el de arroparla, que no era eso sino que la pisaba, la pisaba tanto que al meterla debajo de la alfombra ésta no subía de nivel

Estaba esperando  que un día la vena aorta de los sentimientos se le rompiera sin derramar gota alguna, no fuera a estropear algún mueble y lo tuviese que limpiar con un cepillo de dientes mientras le repetía lo imbécil que era, que ni siquiera sabia explotar por dentro bien.


Hace nueve meses y siete días que dejo de menguar y empezó a crecer. Y le brotó en el vientre una esperanza y unas ganas de vivir que nunca antes había tenido (o al menos ya recordaba).
A veces pensaba si sería justo traerla a su mundo, pero otras dudaba y ya no podía pensar, no tenía la certeza de que supiera pensar. El " cállate, tú que sabrás" le rebotaba entre los huesos del cráneo para desordenarle las ideas y agujerearle la poca fuerza que hubiera podido juntar.
Era un cambio en el que se aferraba, como las lapas, que es estúpido querer separar, porque las intentas coger y resbalan, y ellas ahí, recibiendo toda la fuerza de las olas y ni se inmutan. Es por donde pudo escapar, más que escapar, esconderse.

Murió a los doce días, en el mismo hospital que la vio nacer. Se fue con mil te quieros en los oídos, con el calor de un abrazo tan profundo que este nunca se desprende. Se llevó la esperanza, la fuerza, la ilusión  y dos vidas que hubiesen crecido a la par. Ella perdió lo que aún no podía creer que iba a ganar.
Explotó por dentro.
Ni siquiera dejo vaho en el cristal, así que él no se dio cuenta.


{{María}}